jueves, 14 de abril de 2011

CADA VEZ QUE JUEGAS


La alegría propia, esa misma que es producto de un amor también propio, se contradice en el mismo instante en que estas en las graderías de una popular, y compartes la felicidad o la tristeza de un desconocido. Y no te percatas que el amor que profesas con tanto ímpetu, es peculiarmente igual al tuyo. Ese afán, esa nostalgia, esos gritos, y ese cariño convicto, son exactamente iguales, increíbles. Su nombre, edad, familia, en fin, toda su identidad es dejada de lado por el hecho sencillo y simple de que no interesa en lo más mínimo. No, en esta ocasión no.

Porque quiere con el corazón, lo que tú también quieres con el corazón, salta y contornea los brazos al unísono de un redoble de tambor, al igual que tú. Se enfada, gruñe, medita, alza las manos al cielo implorando gratitud, se molesta con la misma actitud infantil. Ríe, canta, festeja, baila, se excita, se emociona con el mismo afecto.

Quizá a esta persona nunca más la volveré a ver, o peor aún, me olvidaré de su rostro una vez saliendo de un estadio. Así gane, pierda, empate.

Tanto el como yo, compartimos una historia, un sentimiento, un objetivo; pero no somos los únicos. Esa marea humana apostado detrás de un arco de madera, con trompetas, tarolas, tambores, banderas y caras pintarrajeadas y gritos de batalla, sienten lo mismo. Pero no felices con ello, los expresan a viva voz. Esas miradas cautivas frente a un televisor con un cigarro en una mano, con un vaso de cerveza en el otro; en una sala llena de personas, o completamente solo: criticando, queriendo, alentando.

Satisfechos o no, encaminamos hacia un rumbo lo que anhelamos, todos y cada uno de nosotros: un pase, una jugada, una huacha, una pared, un gol, un partido ganado, un título a cuestas. Y es una especie de compromiso indeleble, tácito, tatuado en la piel. He visto a personas llorar amargamente una derrota, y he contemplado risas de emoción y felicidad por un título. He sentido recorrer por mi cuerpo un sinfín de emociones, y lo mejor de todo, es que he descubierto esa risa complaciente y emocionada de mi hermano, cuando suena en mi casa “Se va, se va… ”.

Y es que cada vez que juegas, me regalas una alegría indescriptible.

Cantar, reír, llorar, bailar, odiar… amar.

ARRIBA ALIANZA